La primera vez que vi un steak tartare fue en Pau. Una guía de viajes me empujó hasta el interior de un restaurante, cuya especialidad era el mencionado plato. No tardé mucho -jaleado por mi espíritu curioso- en escogerlo para la cena, donde fueres haz lo que vieres. Yo no sabía de la existencia de semejante guiso, escrito sea con guasa. Y no lo prepararon delante de mí, como es costumbre, sino en una mesa cercana y, por lo tanto, no podía ver bien su preparación. Así que mi cara al ver delante de mí el famoso plato debió ser el objetivo ansiado por cualquier fotógrafo avezado. ¡Carne cruda!
Momentos de vacilación, de duda. Es necesario un punto y aparte.
Pues vaya con el platito, pues habrá que probarlo, pues sí. Otro punto y aparte.
Y pellizqué un poco con el tenedor. Y lo probé. Y no estaba mal. Y otro poco. Y más. Y así me lo fui comiendo, saboreándolo cada vez mejor y sorprendiéndome también cuánto llenaba.
Hoy es un plato que pido con normalidad en algunos locales de absoluta confianza y me parece una exquisitez, eliminado el siempre negativo miedo a lo desconocido.
La historia y la leyenda cuentan que los guerreros mongoles colocaban carne cruda picada debajo de la silla de sus caballos y, al finalizar el día, lo comían aliñado. Hay otra versión menos culinaria; tan solo era un remedio para curar las heridas de las monturas. La primera visión cobra verosimilitud al leer a Marco Polo en su Libro de viajes:
"Los indígenas comen carne cruda, de pollos, de carneros y de búfalo. Los
pobres van a la carnicería, cogen el hígado crudo tal como cuelga del
animal, lo cortan en trocitos, comiéndolos con una salsa de ajo. Y así
comen las demás carnes. Y los nobles también comen carne cruda, pero la
hacen picar y preparar con salsa de ajos y especias y la devoran con
fruición, como nosotros la carne cocida".
Parece ser el antecedente de las hamburguesas, ese plato vulgarizado hoy por las grandes cadenas americanas de comida rápida, previo paso por nuestra Europa.
El steak tartare es un plato bastante literario porque aparece en varias obras; en Miguel Strogoff de Julio Verne o en El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Será por las posibilidades que ofrece; en una cena siempre cobra protagonismo y se convierte en el centro de atención de la mesa, la charla gira en torno a él pues despierta pasiones y temores, entusiasmo y rechazo. Pero tengo una duda; no sé si es una comida muy primitiva o rabiosamente moderna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario