25 de noviembre de 2012

El bacalao que no comimos y los Pink Floyd que no vimos

   Íbamos a un concierto camino de Bilbao,  cuando nos dejó tirados nada más salir el troncomóvil de David, probablemente el coche más incómodo producido por la industria del automóvil desde sus orígenes hasta nuestros días. Y ya se sabe: llamar al seguro, esperar la grúa, cambio de vehículo. Resumiendo, que llegamos con el tiempo justo y no nos pudimos comer el magnífico bacalao al pil pil del Restaurante Kepa Landa. Y no es poca pérdida y desgracia porque lo preparan de maravilla y yo lo llevaba disfrutando todo el día. Es más bien una cafetería, donde preparan pocos platos pero con un resultado magnífico. Su tortilla ha ganado unos cuantos premios y es extraordinaria. También su ensalada de tomate y sus boquerones son excelentes. Así que nos comimos unos pinchos deprisa y corriendo y nos metimos en el Café Antzokia. Este local es un antiguo cine convertido en restaurante y sala de conciertos. Se han retirado las butacas y ofrece una programación muy interesante. Destaca por la acústica y el buen ambiente. Probablemente sea la mejor sala de conciertos  que conozco. Tocaban los Pink Tones, un grupo español que recrea la música de los míticos Pink Floyd y que pretende recuperar con pasión sus conciertos. Y lo consigue sin ninguna duda. Cuando ves a unos músicos como estos disfrutar así sobre el escenario, el resultado es inequívoco: un público enardecido por la música que marcó a muchas generaciones y absolutamente feliz, es posible incluso que demasiado feliz, jeje.
   Tres horas de música -¡que tomen nota otros músicos consagrados!- inolvidables escuchando esos temas que hemos oído tantas y tantas veces durante tantos y tantos años. Y aunque no vimos a los Pink Floyd, sí que los escuchamos.





                        

15 de noviembre de 2012

Los Llaureles

   Caminando desde Torazo, un bellísimo pueblo del oriente asturiano, llegamos a un afable alojamiento rural, Los Llaureles. Ellos mismos restauraron una vieja casa y la han convertido en una acogedora posada. Más tarde construyeron con sus propias manos y con la ayuda de un libro -así me lo contaron, así lo escribo- un precioso restaurante. La filosofía es ofrecerte un menú largo y estrecho, donde tú escoges solo la bebida. Igual que el local, los platos rezuman delicadeza y fundamentos perfectos para restaurar el estómago y el espíritu, pues aquí no solo se viene a comer, sino en busca de un escenario ideal para hacerlo.
   En la Francia del siglo XVIII se asentaron los restaurantes. Era frecuente encontrar entonces un menú cerrado sin posiblidad de escoger en una carta. Ahora, muchos restauradores parecen recoger aquel testigo e incorporar esta moda. Algunos la rechazan porque su gusto no admite muchos platos y a otros nos apasiona porque ofrece sorpresa y permite reconocer el estilo del cocinero de forma manifiesta. Es imposible resolver todos los platos con brillantez y no todos pueden ser del agrado del chef. Una carta con cien ofertas tiene a la fuerza que ser desigual en sus resultados. Sin embargo, cuando nos ofrecen un menú, además de ser productos  de temporada, se adapta a las características y gusto del jefe de cocina. También facilita la gestión económica y debería notarse favorablemente en la cuenta final.
   Aquí te explican los diferentes bocados con calma. La originalidad podría constituir su denominación de origen, acompañada de un sentido lúdico. Solo se puede ir con reserva y admiten un número limtado de comensales, lo que permite mimar el producto y al cliente. Las vistas desde la terraza son aún más directas y acogen con facilidad tertulias y  reflexión. No se lo pierdan.





  

5 de noviembre de 2012

Chocolat

   Chocolat es una película del año 2000 basada en la novela homónima de Joanne Harris. Una mujer y su hija llegan a un pueblo francés de vida muy tradicional para montar una chocolatería. Es una intromisión y un choque para los habitantes acostumbrados a un paisaje humano monocolor, o mejor dicho, en blanco y negro. Porque el color lo pone la forastera con su alegría y su pasión por la vida. Lo hace a través del chocolate, aunque esto no es más que una disculpa para vivir con intensidad. La gastronomía es una de las muchas dimensiones de la vida. Aquí cada uno se proyecta y muestra su capacidad de entusiasmo o de apatía. 
   Por si fuera poca la tirantez, llegan en un barco unos jóvenes de vida bohemia y acaban de catalizar los instintos más primarios de la población local. Los nómadas siempre han sido considerados muy peligrosos por la sociedad. No necesitan bienes materiales, pues solo son un estorbo en sus desplazamientos, mucho menos aprecian el lujo y no solo no lo necesitan, sino que lo desprecian. Algo intolerable para quienes han dedicado sus vidas a acumular bienes. Además, no entienden la especulación, no tienen prejuicios y son libres, grave peligro en esta sociedad inmovilizada por estereotipos y repleta de convencionalismos absurdos que la impiden evolucionar. Escribió en su día Julio Caro Baroja sobre los pueblos malditos -Vaqueiros y Pasiegos entre otros-, marginados en su entorno porque llevaban una vida trashumante y alejada de las convenciones habituales. Siempre cargaban con todas las culpas porque "es difícil estar a la altura de lo que los demás esperan de nosotros", como afirma un personaje de Chocolat, al ser interrogado sobre la posibilidad de llevar una vida usual.
   La protagonista de la película afirma con pesar que "No es nada fácil ser diferente". Ni lo será nunca. El gran mérito de esta película es contarnos todo esto e impregnar un aroma de cuento de hadas aunque, como en todo buen cuento, hay momentos de una tensión extrema. Y además consigue que nos enamoremos del chocolate...y de la vida.