En su libro BOCAS DEL TIEMPO, Eduardo Galeano nos regala, entre otros muchos, este texto:
Instrucciones para triunfar en el oficio
Hace mil años, dijo el sultán de Persia:
-Qué rica.
El nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces
el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y
en el lecho hace milagros, y para las proezas del amor es más poderosa
que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo:
-Qué porquería.
Y
entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que
castiga la digestión, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a
los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
-Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al infierno -comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de las ciencias de la comunicación, puso las cosas en su lugar:
-Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de la berenjena.
Lo primero que habría que reseñar es la enorme envidia al comprobar que alguien puede contar tanto en tan poco espacio. Porque al leer el texto, todos vemos reflejadas de golpe un montón de situaciones de la vida real y pública. Curioso este lapsus linguae de diferenciar entre la vida real y la pública. Sí, todos hemos visto arrastrarse a ese compañero en busca de prebendas y vemos con horror a nuestros políticos bendecir la línea del partido para seguir saliendo en la foto. Incluso los militantes adoptan, como si de una secta se tratara -¿no lo son?-, los argumentos de sus dirigentes y los defienden a capa y espada, aunque no se crean ni una palabra. La capacidad de alienación del hombre no tiene límites.
Los censores de las grandes dictaduras no tachaban los textos prohibidos por ideología, sino por supervivencia; querían seguir manteniendo sus cargos y sus privilegios. Y en eso no hay diferencia con las democracias. Se rechazan parrafos e ideas que molesten a los superiores...para seguir en el puesto y mantener intacto el feudo. O para incorporarse al club de los privilegiados, esos cargos con generoso sueldo, prebendas, derechos y exenciones, incluso inmunidad, nepotismo y fueros. Sin otro mérito que la obediencia ciega y debida. Hace poco les explicaba a mis alumnos la Revolución Francesa. Impresionados por la guillotina, preguntaban la razón de las decapitaciones. Al recordar las condiciones sociales de las clases populares, advertí que nuestra sociedad se parece cada día más a aquella. Unos pocos lo tienen todo y no dan cuentas de nada y otros muchos no tienen nada, ni lo van a tener. La desmantelación de la clase media puede acabar como el rosario de la aurora. O como la Revolución Francesa.
Los censores de las grandes dictaduras no tachaban los textos prohibidos por ideología, sino por supervivencia; querían seguir manteniendo sus cargos y sus privilegios. Y en eso no hay diferencia con las democracias. Se rechazan parrafos e ideas que molesten a los superiores...para seguir en el puesto y mantener intacto el feudo. O para incorporarse al club de los privilegiados, esos cargos con generoso sueldo, prebendas, derechos y exenciones, incluso inmunidad, nepotismo y fueros. Sin otro mérito que la obediencia ciega y debida. Hace poco les explicaba a mis alumnos la Revolución Francesa. Impresionados por la guillotina, preguntaban la razón de las decapitaciones. Al recordar las condiciones sociales de las clases populares, advertí que nuestra sociedad se parece cada día más a aquella. Unos pocos lo tienen todo y no dan cuentas de nada y otros muchos no tienen nada, ni lo van a tener. La desmantelación de la clase media puede acabar como el rosario de la aurora. O como la Revolución Francesa.