30 de enero de 2013

La parte de los ángeles

   La parte de los ángeles es una de las películas más divertidas que he visto desde hace mucho tiempo. Ken Loach sugiere y presenta, sin apuntar al dogma, temas de profundo calado social. Un grupo de jóvenes marginales cae en manos de uno de los personajes más interesantes del cine actual, un hombre que dirige obras con personas condenadas a trabajos sociales. Su vida no llama la atención de nadie, pasa de puntillas por el mundo pero tiene unos valores morales inquebrantables. 
   Toda esta historia se presenta ambientada en el mundo del whisky -la versión güisqui de la Real Academia Española me resulta ridícula-, un ambiente del que lo desconozco todo pero que he comprobado que tiene muchas similitudes con el del vino. Catas, olores, bodegas, pasión, placer, matices, sutilezas. Uno sale del cine con muchas reflexiones sobre la desigualdad de oportunidades, la injusticia social, la marginación y con un deseo de tomar una copa de este licor legendario, agua de vida en su origen gaélico y agua de fuego para los indígenas americanos, empujados al alcoholismo por la desmedida ambición occidental.
   No desvelaré nada sobre el título de la película porque merece la pena descubrirlo ante la gran pantalla, lugar ideal para ver cine, aunque algunos hayan renunciado a ello con la excusa de ahorrarse unos durillos, dada la impunidad existente ante el pirateo. Y lo más incomprensible es que esta deserción masiva e inverosímil se está efectuando con auténtico entusiasmo.
    Ken Loach le vuelve a pedir a George Fenton que se ocupe de su banda sonora con excelente resultado. No duda en introducir un tema de los escoceses The Proclaimers -I´m gonna be-, muy adecuado con el espíritu optimista de la película.
   He podido verla en versión original y no sé cómo soportará el doblaje, me temo que mal pues es complicadillo. No se la pierdan bajo ningún concepto, es un peliculón.



15 de enero de 2013

¿Por qué no aplaudimos a Beethoven?

    Estuvimos este otoño en Oviedo en un concierto de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) interpretando la novena sinfonía de Beethoven. Imposible no estremecerse con la obra de este compositor genial y abrumador. En estas ocasiones es más evidente aún la grandeza de la música en directo, nada que ver  con la frialdad del disco. Recuerdo salir emocionado de un concierto de Eleftheria Arvanitaki, poner su disco en el coche y  sufrir una tremenda decepción. Tambien lo contrario: escuchar en el coche el entonces último disco de Mike Olfield -Guitars- sin encontrarle nada especial, llegar al concierto, oír estos mismos temas y quedar entusiasmado. La música se ha escrito para ser escuchada en un recital;  los músicos y el público frente a frente.
   Dirigía la orquesta Rossen Milanov  y los coros los interpretaron El León de Oro y el Coro Lírico de Cantabria. Cerca de doscientas personas trabajando codo con codo al servicio de una obra majestuosa. Mucho tiempo de ensayo para conseguir engarzar la obra, lejos de esta época de prisas y apremios. Creo que es la única composición musical declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En todo caso, no es una sinfonía más, es la expresión máxima de un genio con un talento enorme. Su popularidad hizo que la sala del Auditorio Príncipe Felipe estuviera llena a rebosar, a pesar de que los días anteriores hubo otros conciertos similares en las otras ciudades asturianas. El público disfrutó y repartió aplausos entre el coro, la orquesta y el director con todo merecimiento.
   Al finalizar nos fuimos a la Sidrería Muñiz, chigre tradicional en la estética, el servicio y la comida. Destaca por su excelente pollo frito, una fritura con una finura única que le da una merecida fama al local. También se merece por ello unos aplausos.
   Pero después de tanta ovación, yo me pregunto por qué no aplaudimos a Beethoven ni a ningún compositor en los conciertos. Al fin  y al cabo ni la orquesta, ni el coro, ni el director, ni el público hubiéramos acudido a la gala sin la intervención del músico. Y lo único -y lo mucho- que hacen los que están sobre el escenario es interpretar correctamente lo que una mente privilegiada diseñó. Pero nadie pide al final un aplauso para el compositor. ¿Por qué? ¿Por qué no aplaudimos a Beethoven?