Tengo la costumbre de llevar de excursión a mis amigos por el Valle del Pas para mostrarles esa maravilla y compartirla con ellos. Siempre tiene mucho éxito, claro que la capacidad de entusiasmo no es similar en todos y eso se nota. Igual que en un concierto el público influye en sus desarrollo, aquí una reacción positiva cataliza el viaje de forma ilimitada. Porque no hay grandes y pequeños viajes, la mayor aventura puede estar a la vuelta de la esquina. Y esta vez la encontramos. La primera parada es el Palacio de Soñanes en Villacarriedo, un magnífico palacio barroco. Su excelente restauración exterior e interior llega a su máxima expresión en la cúpula pintada por Roberto Orallo. Nunca me canso de verla. Una y otra vez. Y siempre me sorprende y maravilla. Es un mural que ocupa el altillo y la cúpula de una escalera realmente hermosa. Orallo colocó con delicadeza una guinda en lo más alto, una puerta abierta al cielo conmovedor. Pinturas creadas con la ingenuidad inmaculada y el talento en su máxima expresión, con la mirada de un niño, con la ilusión radiante de la emoción, con la pasión de un aprendiz, con amabilidad y sosiego. Uno se relaja y a nadie le sorprendería que se abriese la mencionada cúpula y ascendiésemos al infinito. Cualquier día o noche puede ocurrir.
Predispuestos a absorber el resto del viaje por poros antes desconocidos, paramos en la cercana Selaya para abastecernos de sobaos y quesadas, que no solo hay que cuidar el espíritu; el cuerpo también necesita cuidados. Ascendemos el Puerto de la Braguía sin perder un detalle del paisaje. Llegamos a Vega de Pas y nos acercamos al Restaurante Mexico -el reloj se paró hace tanto tiempo que ya nadie sabe cuándo ocurrió- y nos comemos un estupendo cocido montañes. A medida que el cuenco iba rebajando su nivel de comida, descubrimos una mina submarina en forma de morcilla, difícil de atrapar en aquel inmenso mar de colesterol. No serán alimentos muy sanos para el organismo pero nuestro ánimo se alegró con profusión de este encuentro culinario. Y ya sabemos que, ante todo, somos mente.
Después de comer nos acercamos a la estación fantasma del Ferrocarril Santander-Mediterráneo. Fue un proyecto diseñado y ejecutado en la posguerra para unir por tren la capital cántabra con Sagunto. Se empezaron unas obras que nunca se finalizaron. Aquí podemos encontrar la estación sin estrenar en estado lamentable, diversas ruinas de edificios y varios túneles, incluido el de La Engaña de siete kilómetros de longitud, una obra faraónica para su época. Y donde hay faraones, encontramos siempre esclavos para satisfacer sus caprichos. Aquí fueron presos republicanos; dejaron su sudor y su sangre en este disparate nacional aún desconocido en nuestro país y que alguien debería divulgar con la vehemencia adecuada. A pesar del cocido y del calor recorrimos el largo trayecto -el viajero no se detiene ante nada- hasta la boca del túnel y encontramos un frío húmedo, lúgubre y estremecedor. Sería el eco de tanto sufrimiento.
Subimos el puerto Estacas de Trueba y bajamos el de Lunada, en medio de paisajes idílicos de una fertilidad inusitada; una tierra que ha forjado al pueblo pasiego, siempre enigmático y fascinante. Entramos en otra villa pasiega, San Roque de Riomiera. Alrededor de una mesa en la calle calmamos la sed y descansamos en este pueblo, donde la prisa es una especie animal desconocida. Tertulia, satisfacción y sonrisas.
Todas las fotos son de mi amigo y compañero de viajes, Javier. |