25 de agosto de 2012

Nadie te mira en Manhattan

   Llegamos a Manhattan de noche -madrugada para nosotros- mirando hacia arriba con la boca abierta  y reconociendo a cada paso lo que habíamos visto en el cine y en la televisión a lo largo de toda nuestra vida. El imperio impone, como siempre, su cultura a las provincias exteriores. A pesar del cansancio fuimos derechos a  Times Square. "Lo flipo". Quizá fuera la primer vez que usé esa expresión y a mi hijo le hizo mucha gracia. Aquel despliegue de luz y pantallas logra su propósito de  hipnotizar y mostrar la grandeza de La Metrópoli. Impresiona, ¡vaya si impresiona!
   Todo el mundo te cuenta que, al llegar a Nueva York, te resultan familiares las calles y los edificios. Lo que no me había indicado nadie es que también te parece cercana la gente. Has visto miles de veces al policía de color con su coche, y también al taxista asiático en su taxi amarillo y, en general, parece que estás muy cerca de casa y no a miles de kilómetros. Los asocias sin querer a los guiris pero son diferentes. Más abiertos y amables pero, cuando vas caminando por la calle, nadie te mira a la cara. Nadie. Es algo extraño. Una mezcla de indolencia y cicatería  envuelta en un halo de ciencia ficción. Un toque impersonal en un lugar que fascina.
   Los neoyorquinos comen fuera de casa. Van con su café por la calle con la prisa del que va a alguna parte y comen también con premura. Lo que más me llamó la atención fueron los delis, locales autoservicio para llevárselo a casa o a la oficina, o bien comerlo allí mismo. Hay una gran diferencia entre unos, algo cutres, y otros bastante buenos. Encontramos uno de estos últimos cerca del hotel. Cogías la comida en envases de plástico, que servían de plato. Te vendían la comida al peso y costaba todo igual, daba lo mismo una sopa que unos langostinos. Encontramos, para nuestra sorpresa, ensaladas y verdura y su calidad era muy buena. Cuando acabábamos de comer, tirábamos entre los tres más basura -platos, vasos, cubiertos de plástico y servilletas para empapelar el local completo- que en toda una semana en nuestra casa. El mundo se acaba, pensábamos. Igual que al ver esos rascacielos iluminados toda la noche. El mundo se acaba.
   Porque el derroche es tan descomunal que te apabulla. Todo es a lo grande, en inmensas cantidades y desmesurado. La persona más insensible con el medio ambiente se vuelve aquí ecologista convencido. Pero es su mentalidad; cuando alguien se hace millonario, su ideal es construir un rascacielos. ¿Marcando territorio?






15 de agosto de 2012

Ha vuelto Gila


   El gobierno de Cataluña ha propuesto que los niños que no vayan al comedor escolar y lleven su fiambrera  deben abonar tres euros por el uso de las instalaciones. El gobierno valenciano, capaz de llevar a cabo cualquier barbaridad, concebida hasta el momento o no por el ser humano, se ha sumado y va a estudiarlo. ¿Recuerdan a Gila cuando llamaba al colegio de su hijo para ver si la factura recibida no sería la de un hotel, que se les haya traspapelado? Le cobraban hasta  el por desgaste del patio. Este humorista genial fue un adelantado a su tiempo, vio el futuro de forma meridiana. Le sugería al director que los gastos de desgaste fueran compartidos porque también el niño se desgastará, digo yo. Hay que acudir al humor para responder a estas majaderías que nos proponen los políticos que padecemos. Se han creído que los ciudadanos debemos pagar hasta por respirar con el fin de poder pagar los privilegios de la clase política. Los niños pagarán por comer su propia comida para que los senadores cobren un sueldazo por no hacer nada. Pero nada de nada. O para mantener los miles de coches oficiales que usan nuestros mandatarios. O los incalculables teléfonos móviles públicos que se utilizan para uso privado. Y nadie se sonroja por todo esto. No sé si será el momento de usar las tarteras de los niños para otros usos. Por ejemplo, lanzamiento de fiambrera al político sinvergüenza más cercano.

5 de agosto de 2012

En busca de la Semana Negra

   Cuando uno decide visitar la Semana Negra de Gijón, la primera e ineludible tarea es averiguar dónde se ubica este año. Va desplazándose de un lugar a otro de la ciudad, empujada por la intransigencia de quienes no soportan este festival. Su exilio comienza ya a resultar doloroso, aunque nada parece ser capaz de acabar con ella.  No sé si molesta la cultura, la mezcla de esta con la diversión o su descaro al convertirse en un acontecimiento de gran calibre. El éxito incomoda y su irreverencia escandaliza a una parte de la sociedad local. El caso es que siempre hay alguien que se siente perjudicado por su presencia allá donde vaya. Sin embargo, como en tantas otras ciudades, las actividades nocturnas asociadas al alcohol consiguen mantener su impunidad con nota alta. 
   Un buen método para encontrarla es otear el horizonte para divisar la noria, el mástil de este barco ameno y singular. Porque junto a las carpas que acogen debates, exposiciones y presentaciones de libros, podemos encontrar la mencionada noria y un sinfín de atracciones de feria, además de puestos de libros o chiringuitos de comida de diversos lugares del mundo. Esta mezcla de diversión y cultura ha conseguido un éxito impresionte y ha encontrado un montón de problemas.
   Los escritores llegan en un tren desde Madrid y todos quedan impresionados por lo que se encuentran en Gijón. También debe asombrarse  el público que llena el recinto día tras día. Se habla de que cada año acoge con asiduidad un millón de visitantes. Leyenda o realidad, es un acontecimiento cultural que nadie puede apagar. Pero hay más fidelidades; la pulpeira Lolita Romeu viene desde Viveiro, sin faltar un verano a la cita, para regocijo de los más exquisitos.
   Este año había una exposición fotográfica sobre el conflicto sirio y otra sobre el de la minería asturiana. Estaban en la misma carpa y la única diferencia era que, en la primera, las fotografías eran en color y, en la segunda, en blanco y negro. Así es la Semana Negra, poniendo el dedo en la llaga.
   Aquí todo es posible. Que una escritora japonesa de novela negra -Masako Togawa- cante el bolero Bésame mucho en japonés. Que un escritor ruso -Julian Semionov- se presente como agente del KGB o que paseen por allí varios agentes de la CIA. Y así Carlos Zanón afirmaba antes de su llegada: "Espero encontrarme caos, olor a pulpo, mesas redondas multitudinarias en las que apenas se escuchan los participantes y, por supuesto diversión y mucha sidra."
   El periodista francés  Marc Fernández tuvo problemas al entregar su reportaje sobre esta cita cultural. "¿Pero esto qué es?" -le preguntaron sus jefes. No sabían si era una crónica periodística o una obra de ficción. En Francia, con unos 45 festivales dedicados al género negro, nunca habían visto nada semejante. La repercusión mediática en España y en buena parte del mundo tiene un valor incalculable y coloca a la ciudad de Gijón en el candelero internacional por méritos propios.
   Y es que, en la Semana Negra de Gijón, los libros se mezclan con los churros, la tómbola atruena cerca de las tertulias literarias o sobre cualquier otro tema, y uno se puede llevar el té de la carpa saharaui a la presentación de un libro, si no te pierdes por el camino confundido por el olor de una parrillada. Literatura y vida.