Llegamos a Manhattan de noche -madrugada para nosotros- mirando hacia arriba con la boca abierta y reconociendo a cada paso lo que habíamos visto en el cine y en la televisión a lo largo de toda nuestra vida. El imperio impone, como siempre, su cultura a las provincias exteriores. A pesar del cansancio fuimos derechos a Times Square. "Lo flipo". Quizá fuera la primer vez que usé esa expresión y a mi hijo le hizo mucha gracia. Aquel despliegue de luz y pantallas logra su propósito de hipnotizar y mostrar la grandeza de La Metrópoli. Impresiona, ¡vaya si impresiona!
Todo el mundo te cuenta que, al llegar a Nueva York, te resultan familiares las calles y los edificios. Lo que no me había indicado nadie es que también te parece cercana la gente. Has visto miles de veces al policía de color con su coche, y también al taxista asiático en su taxi amarillo y, en general, parece que estás muy cerca de casa y no a miles de kilómetros. Los asocias sin querer a los guiris pero son diferentes. Más abiertos y amables pero, cuando vas caminando por la calle, nadie te mira a la cara. Nadie. Es algo extraño. Una mezcla de indolencia y cicatería envuelta en un halo de ciencia ficción. Un toque impersonal en un lugar que fascina.
Los neoyorquinos comen fuera de casa. Van con su café por la calle con la prisa del que va a alguna parte y comen también con premura. Lo que más me llamó la atención fueron los delis, locales autoservicio para llevárselo a casa o a la oficina, o bien comerlo allí mismo. Hay una gran diferencia entre unos, algo cutres, y otros bastante buenos. Encontramos uno de estos últimos cerca del hotel. Cogías la comida en envases de plástico, que servían de plato. Te vendían la comida al peso y costaba todo igual, daba lo mismo una sopa que unos langostinos. Encontramos, para nuestra sorpresa, ensaladas y verdura y su calidad era muy buena. Cuando acabábamos de comer, tirábamos entre los tres más basura -platos, vasos, cubiertos de plástico y servilletas para empapelar el local completo- que en toda una semana en nuestra casa. El mundo se acaba, pensábamos. Igual que al ver esos rascacielos iluminados toda la noche. El mundo se acaba.
Porque el derroche es tan descomunal que te apabulla. Todo es a lo grande, en inmensas cantidades y desmesurado. La persona más insensible con el medio ambiente se vuelve aquí ecologista convencido. Pero es su mentalidad; cuando alguien se hace millonario, su ideal es construir un rascacielos. ¿Marcando territorio?
Todo el mundo te cuenta que, al llegar a Nueva York, te resultan familiares las calles y los edificios. Lo que no me había indicado nadie es que también te parece cercana la gente. Has visto miles de veces al policía de color con su coche, y también al taxista asiático en su taxi amarillo y, en general, parece que estás muy cerca de casa y no a miles de kilómetros. Los asocias sin querer a los guiris pero son diferentes. Más abiertos y amables pero, cuando vas caminando por la calle, nadie te mira a la cara. Nadie. Es algo extraño. Una mezcla de indolencia y cicatería envuelta en un halo de ciencia ficción. Un toque impersonal en un lugar que fascina.
Los neoyorquinos comen fuera de casa. Van con su café por la calle con la prisa del que va a alguna parte y comen también con premura. Lo que más me llamó la atención fueron los delis, locales autoservicio para llevárselo a casa o a la oficina, o bien comerlo allí mismo. Hay una gran diferencia entre unos, algo cutres, y otros bastante buenos. Encontramos uno de estos últimos cerca del hotel. Cogías la comida en envases de plástico, que servían de plato. Te vendían la comida al peso y costaba todo igual, daba lo mismo una sopa que unos langostinos. Encontramos, para nuestra sorpresa, ensaladas y verdura y su calidad era muy buena. Cuando acabábamos de comer, tirábamos entre los tres más basura -platos, vasos, cubiertos de plástico y servilletas para empapelar el local completo- que en toda una semana en nuestra casa. El mundo se acaba, pensábamos. Igual que al ver esos rascacielos iluminados toda la noche. El mundo se acaba.
Porque el derroche es tan descomunal que te apabulla. Todo es a lo grande, en inmensas cantidades y desmesurado. La persona más insensible con el medio ambiente se vuelve aquí ecologista convencido. Pero es su mentalidad; cuando alguien se hace millonario, su ideal es construir un rascacielos. ¿Marcando territorio?