25 de diciembre de 2012

Brindis

   Estas fiestas de fin de año están llenas de burbujas repletas de deseos huecos e incluso hipócritas. Yo, sin embargo, quiero hacer uno  sincero y apasionado. Brindo por los políticos y banqueros de nuestro país, brillantes hasta el máximo al desguazar en un tiempo récord la clase media para transformar la sociedad por completo. Por haber conseguido mano de obra barata, incluso gratuita, lo que nos hará mucho más competitivos. Por desmantelar también con una rapidez sorprendente el estado del bienestar, después de haberlo forjado durante tantas décadas de lucha. Por conseguir que se vuelva a cantar en las manifestaciones  "el hijo del obrero a la universidad", lema perdido en nuestro país desde los años ochenta. Por eliminar la atención a la diversidad de la educación, que solo falta ya que todos tengan las mismas oportunidades y que todos sean atendidos según sus necesidades, a quién se le ocurre. Por dinamitar los pilares de nuestra sanidad pública para entregarla a sus amigos, que no van  a ahorrar nada, pero se van  a forrar y van a repartirles buenas comisiones. Por conseguir que mucha gente vea por fin que los dos partidos mayoritarios hacen la misma política económica, una política económica que es la auténtica madre del cordero, del cordero que se comen ellos solitos. Por empujar a los policias municipales de Madrid -gentes al servicio de la ley- a repartir octavillas entre la población pidiendo perdón por no detener a los políticos y a los banqueros de nuestro país.
   Por engañar  a las viejas para que no puedan recuperar su dinero, que luego se lo gastan en ir a Benidorm o en cualquier tontería, en el banco estará seguro hasta el año 3000. Por robar  los pisos y arruinar a muchos miles de familias para el resto de su vida, no piensen que todo el mundo tiene derecho a una vivienda, ¡qué tontería!; os vendimos los créditos que nos dio la gana y os quitamos los pisos cuando nos apetece. Por hacer comprender a los españoles que un banquero no puede ser tu amigo, sino un depredador sin escrúpulos.
   Por provocar la aparición del 15M y de los yayoflautas, esperanza e ilusión. Por conseguir que se movilicen jueces, abogados y médicos, gentes de orden y paz que nunca sospecharon que iban a tirarse a la calle, ¡bienvenidos! Por agudizar el ingenio de los españoles a la hora de protestar en las manifestaciones y poder reírnos con esas pancartas tan divertidas. Por estimular el espírito solidario de la gente y poder conmoverte con tanta generosidad, a los españoles no nos gana nadie a solidaridad, aquí se creó el Quijote.
   Por eso y muchas razones más, yo brindo por nuestros políticos y banqueros para que recobren la conciencia perdida con el dinero y los privilegios, y se retuerzan hasta el paroxismo por remordimientos pavorosos durante el resto de su vida.

15 de diciembre de 2012

Steak tartare

    La primera vez que vi un steak tartare fue en Pau. Una guía de viajes me empujó hasta el interior de un restaurante, cuya especialidad era el mencionado plato. No tardé mucho -jaleado por mi espíritu curioso- en escogerlo para la cena, donde fueres haz lo que vieres. Yo no sabía de la existencia de semejante guiso, escrito sea con guasa. Y no lo prepararon delante de mí, como es costumbre, sino en una mesa cercana y, por lo tanto, no podía ver bien su preparación. Así que mi cara al ver delante de mí el famoso plato debió ser el objetivo ansiado por cualquier fotógrafo avezado. ¡Carne cruda!
   Momentos de vacilación, de duda. Es necesario un punto y aparte.
   Pues vaya con el platito, pues habrá que probarlo, pues sí. Otro punto y aparte.
   Y pellizqué un poco con el tenedor. Y lo probé. Y no estaba mal. Y otro poco. Y más. Y así me lo fui comiendo, saboreándolo cada vez mejor y sorprendiéndome también cuánto llenaba.
   Hoy es un plato que pido con normalidad en algunos locales de absoluta confianza y me parece una exquisitez, eliminado el siempre negativo miedo a lo desconocido.
   La historia y la leyenda cuentan que los guerreros mongoles colocaban carne cruda picada debajo de la silla de sus caballos y, al finalizar el día, lo comían aliñado. Hay otra versión menos culinaria; tan solo era un remedio para curar las heridas de las monturas. La primera visión cobra verosimilitud al leer a Marco Polo en su Libro de viajes:
   "Los indígenas comen carne cruda, de pollos, de carneros y de búfalo. Los pobres van a la carnicería, cogen el hígado crudo tal como cuelga del animal, lo cortan en trocitos, comiéndolos con una salsa de ajo. Y así comen las demás carnes. Y los nobles también comen carne cruda, pero la hacen picar y preparar con salsa de ajos y especias y la devoran con fruición, como nosotros la carne cocida".
   Parece ser el antecedente de las hamburguesas, ese plato vulgarizado hoy por las grandes cadenas americanas de comida rápida, previo paso por nuestra Europa.
   El steak tartare es un plato bastante literario porque aparece en varias obras; en Miguel Strogoff de Julio Verne o en El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Será por las posibilidades que ofrece; en una cena siempre cobra protagonismo y se convierte en el centro de atención de la mesa, la charla gira en torno a él pues despierta pasiones y temores, entusiasmo y rechazo. Pero tengo una duda; no sé si es una comida muy primitiva o rabiosamente moderna.


5 de diciembre de 2012

Tolivia

   Cerca del límite entre Asturias y León, en la orilla del río Sella, nace una senda imposible que llega a un pueblo inverosímil. Y es que el camino, dificultoso y arduo, parece sacado del mismo Tíbet. Senda estrecha, caídas de pendiente inquietante; una subida que te hace preguntar a cada rato: ¿pero cómo hicieron un pueblo allí arriba? Pues no lo sé. El caso es que Tolivia lleva varias décadas abandonado y nadie de la expedición se preguntó la razón de esto último, era evidente. El paisaje es maravilloso y la llegada a la aldea perdida -mucho más perdida que la de Palacio Valdés- tuvo algo de descubrimiento y de irrupción en un lugar sagrado en el que no nos correspondía penetrar. Nos recibió una pequeña iglesia con su diminuto cementario, en el que una solitaria lápida nos admitió con frialdad. Las casas en ruinas parecían el decorado de una novela llena de nostalgia, pena y tristeza, un libro no apto para momentos de melancolía. Pero el entorno es tan bello que probablemente la citada obra albergaría una historia plena de vida, donde los sentimientos fueran protagonistas y la pasión se convirtiera en un catalizador de la narración. Solo faltaba el susurro inquietante de un Pedro Páramo norteño.
 Cuando los vericuetos del camino lo permiten, el descenso es un mirador permanente de vistas panorámicas, un alarde de la naturaleza.
   Al llegar a casa, me repuse del cansancio con unos higos, alimento de atletas y filósofos, según Platón. Y es que en la Grecia clásica, cuando fundaban una nueva ciudad, se plantaba una higuera para señalar el lugar de reunión de los ancianos, portadores de la sabiduría. Era tan importante este fruta que había una casta de sacerdotes, los sicofantes, cuya función era anunciar de forma oficial su maduración. También denunciaban su contrabando y la palabra extendió su significado a toda clase de delatores, impostores y calumniadores.
   Una buena forma de recuperarse del esfuerzo; evocar lo visto para no olvidarlo.