25 de mayo de 2012

Pepe Carvalho

   Cuando murió Manuel Vázquez Montalbán, me acerqué a mi biblioteca para mirar sus libros como despedida. Me puse a hojearlos con y sin hache y comprobé un poco sorprendido que tenía y había leído 28 libros suyos. ¡Pues sí que hemos pasado tardes juntos! Dominaba, claro, la serie Carvalho, una historia literaria de la transición  en clave negra y culinaria. Este personaje cínico nos ayudó a entendernos  y a soportarnos mejor en el proceso político del paso de la dictadura a la democracia. El escepticismo era una postura defensiva en aquellos momentos complicados, que sigue siendo muy útil en estos tiempos turbulentos de retroceso democrático y de implantación del terror social. Al releer estas novelas, uno se da cuenta de que siguen siendo plenamente actuales porque los poderosos siguen gobernando desde el ministerio del dinero, como había entendido y reflejado Carvalho, digo Vázquez Montalbán, ya en aquella época.
   Es posible que nadie haya escrito sobre cocinar y  comer con tanta pasión. Aunque ha tenido muchos imitadores, solo él ha conseguido que la gastronomía sea la protagonista en una obra literaria. Otros escritores -y no cito a nadie, que está muy feo señalar con el dedo-  intercalan comentarios que nunca se integran en la narración y que apenas deberían tener la categoría de notas a pie de página. La influencia de este escritor barcelonés es tan grande que muchos lectores realizan las recetas de sus libros. Por cierto; a mí me encanta la tortilla con un picadito fino de ajo y perejil, como la prepara Biscuter. La afición culinaria puede ser una forma de evasión o, quizá simplemente, una tendencia innata, influenciada por la cultura personal de cada uno. Pero nadie mejor que el propio escritor catalán para resolver estas dudas.
   "Frecuentemente los lectores de las novelas de la serie Carvalho me interrogan sobre el porqué de la a veces desmedida afición a la cocina del señor Carvalho. Yo suelo dar una respuesta inteligente, de la que me responsabilizo, pero Carvalho jamás ha dicho nada relevante al respecto. Yo suelo plantear la cocina como una metáfora de la cultura. Comer significa matar y engullir a un ser que ha estado vivo, sea animal o planta. Si devoramos directamente al animal muerto o a la lechuga arrancada, se diría que somos unos salvajes. Ahora bien, si marinamos a la bestia para cocinarla posteriormente con la ayuda de hierbas aromáticas de Provenza y un vaso de vino rancio, entonces hemos realizado una exquisita operación cultural, igualmente fundamentada en la brutalidad y la muerte. Cocinar es una metáfora de la cultura y su contenido hipócrita."
   Cada día se echa más de menos a este intelectual insustituible.


Pues se me ha olvidado uno...

Están los últimos en mi librería por el orden alfabético pero ya se sabe que los últimos serán los primeros.


15 de mayo de 2012

Emoción en Islandia

   Los que disfrutamos con esta tontería improductiva de la lectura cambiaríamos, en muchas ocasiones, una buena mariscada -manjar supremo, cámbielo en su caso por alguna de sus debilidades culinarias- por unas líneas que nos emocionen. Y eso es lo que me ha ocurrido con ENTRE CIELO Y TIERRA de Jón Kalman Stefánsson, heredero directo de Halldór Laxnes y de las sagas islandesas. Dudo en recomendarlo porque no es fácil su digestión sin haber paseado de la mano con sus ascendientes literarios o por los campos de aquella tierra recóndita, ideal para criar rebaños de esfinges impasibles y distantes. La crudeza y el relativo hermetismo habituales en estas narraciones se  ven, esta vez, acompañados de delicadas perlas intercaladas de forma aparentemente casual, pero engarzadas con una precisión milimétrica. La delicadeza frente a la frialdad. Lírica frente a épica.
   Y ya que he lanzado el farol, tendré que afrontarlo. Puestos a ofrecer sacrificios y trueques, hubiera cambiado esta lectura por una exquisita cena de cigalas en Islandia. Eran deliciosas pero hay que mantener el tipo y las apuestas. Lo que no cambio es la excursion posterior a un glaciar del tamaño de Cantabria, después de subir en un vehículo extraterrestre de ruedas gigantescas las mayores pendientes que ningún mortal pueda imaginar.  Aquella escalada fue y será inolvidable y el espectáculo ofrecido tras recorrer varias leguas por la nieve en parajes insólitos quedará grabado en la memoria para siempre. Gracias al sol de medianoche, allí estábamos en el aquel confín de los confines a las dos de la mañana, esperando con fe inquebrantable que los kilómetros de hielo bajo nuestros pies siguieran allí al menos unas horas más, después de forjarse en tiempos inmemoriales. Gracias a esta pequeña aventura recuerdas lo pensado anteriormente en otros parajes singulares: el hombre es una parte ínfima de la naturaleza. Bueno, quizá ni eso.
   Pero la grandeza de la literatura nos permite recurrir a estas experiencias en cualquier momento, no hay que volver al fin del mundo, basta con estirar el brazo, cerrar la mano con el citado u otro libro entre los dedos...y leer, leer por ejemplo: "Sigurdur tiene farmacia y librería en el mismo local, los libros están tan impregnados de olor a medicina que sanamos de todos los males con sólo olerlos, así que dime si no es sano leer libros."

"Quizá nunca se pueda comprar lo que más importa, no, claro que no, 
y es una auténtica lástima, o mejor dicho, es una suerte."


"Lo que es dulce todo el tiempo siempre nos entristece al final."

"Pero es inútil odiar las montañas, son más grandes que nosotros, 
están en su lugar y no se mueven un milímetro en decenas de miles de años,
 mientras que nosotros llegamos y nos vamos en un abrir y cerrar de ojos."


"La mayor parte de los pueblos islandeses se construyeron sobre huesos de bacalao,
 que son los pilares de la bóveda de los sueños."
"¿Cómo es posible vivir sin tener el mar ante los ojos?"

"Además, las noches de invierno son largas aquí, tienden la oscuridad entre las cumbres de las montañas, los niños se duermen y la calma es ensordecedora, tenemos tiempo para leer, 
para pensar."

5 de mayo de 2012

Momento zen en Fuente la Lloba

   En un paraje recóndito del concejo de Piloña llamado Fuente la Lloba, en el oriente de Asturias, hay un restaurante japonés. Esto ya podría ser portada de periódico, si se dedicaran a informar a sus lectores y no a bombardearles con propaganda del liberalismo económico que pretenden imponernos con terroríficas noticias macroeconómicas. Si además tienes que esperar meses para comer un fin de semana, la noticia merece ser destacada. El acceso no es fácil  y los dueños te suelen recibir al llegar. Apenas te has apeado del coche, percibes que aquello no va a ser una comida cualquiera. La amabilidad te relaja, el jardín te predispone y el entorno te anestesia. En una de las visitas, nos tomamos antes de comer un vino en el inmaculado jardín. La charla era animada, pero poco a poco la conversación se disipó en el paisaje y tuvimos un momento zen. Todos somos del norte y estamos familiarizados con estos horizontes y, sin embargo, ocurrió.
   El restaurante es pequeñito -solo atendemos dieciséis o diecisiete personas, se excusan cuando no pueden recibirte- y no le falta detalle. La atención no puedo calificarla porque no hay adjetivo conocido por aquí para ello, no se necesita en el lenguaje cotidiano. Los anfitriones te acogen sin esfuerzo para que te sientas cómodo aunque te resistas. Y la comida, claro,  solo puede ser deliciosa. Un menú cerrado representativo de los principales platos japoneses. Aunque comer es lo de menos. Porque no hay prisa, ni ruidos.