En un paraje recóndito del concejo de Piloña llamado Fuente la Lloba, en el oriente de Asturias, hay un restaurante japonés. Esto ya podría ser portada de periódico, si se dedicaran a informar a sus lectores y no a bombardearles con propaganda del liberalismo económico que pretenden imponernos con terroríficas noticias macroeconómicas. Si además tienes que esperar meses para comer un fin de semana, la noticia merece ser destacada. El acceso no es fácil y los dueños te suelen recibir al llegar. Apenas te has apeado del coche, percibes que aquello no va a ser una comida cualquiera. La amabilidad te relaja, el jardín te predispone y el entorno te anestesia. En una de las visitas, nos tomamos antes de comer un vino en el inmaculado jardín. La charla era animada, pero poco a poco la conversación se disipó en el paisaje y tuvimos un momento zen. Todos somos del norte y estamos familiarizados con estos horizontes y, sin embargo, ocurrió.
El restaurante es pequeñito -solo atendemos dieciséis o diecisiete personas, se excusan cuando no pueden recibirte- y no le falta detalle. La atención no puedo calificarla porque no hay adjetivo conocido por aquí para ello, no se necesita en el lenguaje cotidiano. Los anfitriones te acogen sin esfuerzo para que te sientas cómodo aunque te resistas. Y la comida, claro, solo puede ser deliciosa. Un menú cerrado representativo de los principales platos japoneses. Aunque comer es lo de menos. Porque no hay prisa, ni ruidos.
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