15 de septiembre de 2012

La Tomatina

   Siempre me ha resultado desagradable ver tirar comida. Puede ser una cuestión cultural o de sensibilidad, no lo sé. En todo caso, hoy al reflexionar sobre el tema, me reafirmo  en la postura más que nunca en estos momentos de crisis a la puerta de casa. Lo que estéticamente rechazo,  la ética lo confirma de forma cartesiana; ética y estética siempre unidas.
Se entenderá, por tanto, con facilidad que el espéctaculo anual de La Tomatina me resulte incómodo. Por si hay algún despistado, reseñaré con brevedad que es una fiesta celebrada al final del verano en el pueblo valenciano de Buñol, en la que durante una hora se tirán desde varios camiones toneladas de tomates. El resultado es una afluencia masiva de gente acelerada para ser embadurnada y asimismo poder impregnar de este fruto a todo individuo que ose cruzarse en su camino. Parece que les resulta apasionante. Vienen turistas de todo el mundo, sobre todo de Japón y Australia. Los primeros ya se sabe que se enganchan con facilidad de las costumbres ajenas, cuanto más exóticas o estrafalarias mejor. Y los segundos, no sé si serán los mismos que acuden a los Sanfermines pamplonicas y han creado la costumbre, ahora ya tradición, de tirarse de cabeza desde lo alto de una fuente, con altas dosis de alcohol en las venas y frecuentes batacazos. Parece que les va la marcha.  Esta fiesta tiene el enorme mérito de cerrar los telediarios de medio mundo, algo que pocos acontecimientos logran. Pero cada año su visión me resulta más molesta e irritante. Esa marabunta enardecida por una actividad necia y absurda me da grima y me entristece, una paradoja frente a tanta aparente diversión.
   Yo prefiero comer con calma una buena ensalada de este exquisito fruto o disfrutar de una tostada de pan, aceite y tomate, una de las grandes aportaciones españolas al mundo, sin ningún reconocimiento aún. Y me quedo con la poesía; otra estética, otra ética:
Oda al tomate
Pablo Neruda


La calle

se llenó de tomates,
mediodía,
verano,
la luz
se parte
en dos
mitades
de tomate,
corre
por las calles
el jugo.
En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
entra por los almuerzos
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos,
las mantequilleras,
los saleros azules.
Tiene
luz propia,
majestad benigna.
Debemos, por desgracia,
asesinarlo:
se hunde
el cuchillo
en su pulpa viviente,
es una roja
víscera,
un sol
fresco,
profundo,
inagotable
,
llena las ensaladas
de Chile,
se casa alegremente
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer
aceite,
hijo
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos,
agrega
la pimienta
su fragancia,
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día,
el perejil
levanta
banderines
,
las papas
hierven vigorosamente,
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
y sobre
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra
estrella
repetida
y fecunda,
nos muestra
sus circunvoluciones,
sus canales,
la insigne plenitud
y la abundancia
sin hueso,
sin coraza,
sin escamas ni espinas,
nos entrega
el regalo
de su color fogoso
y la totalidad de su frescura. 

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