Caminando desde Torazo, un bellísimo pueblo del oriente asturiano, llegamos a un afable alojamiento rural, Los Llaureles. Ellos mismos restauraron una vieja casa y la han convertido en una acogedora posada. Más tarde construyeron con sus propias manos y con la ayuda de un libro -así me lo contaron, así lo escribo- un precioso restaurante. La filosofía es ofrecerte un menú largo y estrecho, donde tú escoges solo la bebida. Igual que el local, los platos rezuman delicadeza y fundamentos perfectos para restaurar el estómago y el espíritu, pues aquí no solo se viene a comer, sino en busca de un escenario ideal para hacerlo.
En la Francia del siglo XVIII se asentaron los restaurantes. Era frecuente encontrar entonces un menú cerrado sin posiblidad de escoger en una carta. Ahora, muchos restauradores parecen recoger aquel testigo e incorporar esta moda. Algunos la rechazan porque su gusto no admite muchos platos y a otros nos apasiona porque ofrece sorpresa y permite reconocer el estilo del cocinero de forma manifiesta. Es imposible resolver todos los platos con brillantez y no todos pueden ser del agrado del chef. Una carta con cien ofertas tiene a la fuerza que ser desigual en sus resultados. Sin embargo, cuando nos ofrecen un menú, además de ser productos de temporada, se adapta a las características y gusto del jefe de cocina. También facilita la gestión económica y debería notarse favorablemente en la cuenta final.
Aquí te explican los diferentes bocados con calma. La originalidad podría constituir su denominación de origen, acompañada de un sentido lúdico. Solo se puede ir con reserva y admiten un número limtado de comensales, lo que permite mimar el producto y al cliente. Las vistas desde la terraza son aún más directas y acogen con facilidad tertulias y reflexión. No se lo pierdan.
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