El desayuno es una comida marginada en nuestro país. Se hace deprisa y mal comiendo, cuando no se obvia. Porque no creo que un café pueda adquirir la categoría de desayuno y mucho menos de comida. Nuestra dieta empeora al mediodía con un generoso banquete, muchas veces desmesurado y, en ocasiones, pernicioso. Y rematamos la jornada con una cena tardía e impropia. Sin embargo, muchos de los que se saltan la primera comida del día, cuando están de vacaciones, afirman que disfrutan con un desayuno amplio y generoso en el hotel. ¿Se tratará entonces de pereza culinaria o quizá de quedarse en la cama agazapado hasta el último momento?
Reconozco que envidio los horarios europeos porque me sientan estupendamente. En mis viajes desayuno como un señor, como un bocado para seguir ruta al mediodia y ceno temprano con calma y completa concentración. Y la hora del desayuno es de máximo deleite; tranquilidad para disfrutar y organizar el día, momento de tertulia y reflexión. Pero entre todos los desayunos, recuerdo los de Marrakech como los más placenteros. Nos alojamos en un riad, una casa tradicional transformada en hotel. Como no podía ser de otra manera, la casa tenía un patio interior con árboles frutales. Aquí comenzaba nuestra dura jornada de turistas -todos lo somos un poco o un mucho aunque pretendamos ser viajeros de pedigrí- acompañados de alegres pajarillos, que se posaban en los árboles esperando alguna dádiva por nuestra parte. No hacía falta música; nuestros visitantes nos regalaban un concierto matutino mientras comenzábamos nuestra provisión de energía con unos maravillosos zumos de naranja, los típicos bollos y el imprescindible té a la menta. Nunca había soportado el té, me parecía una bebida ultrajante para el estómago. Sabía que, en un país magrebí, ofrecerlo es un signo de hospitalidad y rechazarlo se considera una ofensa. Así que, al llegar al riad y ser agasajados con el humeante e inevitable té, lo acepté con la mejor de mis sonrisas y me dispuse a hacer un sacrificio de buena voluntad por el bien de las relaciones hispano-marroquíes. Pero mi sorpresa fue enorme al comprobar que era magnífico y a lo largo del viaje lo bebí continuamente.
Paseando y comiendo en Marruecos uno percibe con claridad la importante herencia que dejaron en España y especialmente en Andalucía, donde podemos confundir algunos de sus rincones y de sus comidas con otros del norte de África. Así, aunque algunos la desprecien con su ignorancia, es una cultura que nos resultará muy familiar. Como somos nuevos ricos, nos asustamos de su atraso económico pero solo hay que echar la vista atrás sesenta años en nuestro país para recordar lo que aquí vemos. Es una de las gastronomías más ricas que conozco, en el doble sentido de la palabra. E igualmente familiar, sobre todo para la gente del sur y del Mediterráneo.. Inolvidables unas zanahorias con canela.
Lo mejor de Marrakech está en sus calles. Mires hacia donde mires encontrarás las estampas más inverosímiles y las actitudes más sorprendentes. La Plaza Jemaa el Fna justifica por sí sola el viaje. Allí encontramos saltimbanquis, sacamuelas, aguadores, cuentistas, escribanos, charlatanes y encantadores de serpientes, entre otros muchos y diversos personajes. Elias Canetti escribió un breve y delicioso libro sobre la ciudad; pone en acción, como si se tratara de una obra de teatro, a un número inacabable de protagonistas y les da voz propia para que se manifiesten como son. Se trata de Las voces de Marrakesh. Al leerlo, te sentirás en la mismísima plaza. Imprescindible.
Paseando y comiendo en Marruecos uno percibe con claridad la importante herencia que dejaron en España y especialmente en Andalucía, donde podemos confundir algunos de sus rincones y de sus comidas con otros del norte de África. Así, aunque algunos la desprecien con su ignorancia, es una cultura que nos resultará muy familiar. Como somos nuevos ricos, nos asustamos de su atraso económico pero solo hay que echar la vista atrás sesenta años en nuestro país para recordar lo que aquí vemos. Es una de las gastronomías más ricas que conozco, en el doble sentido de la palabra. E igualmente familiar, sobre todo para la gente del sur y del Mediterráneo.. Inolvidables unas zanahorias con canela.
Lo mejor de Marrakech está en sus calles. Mires hacia donde mires encontrarás las estampas más inverosímiles y las actitudes más sorprendentes. La Plaza Jemaa el Fna justifica por sí sola el viaje. Allí encontramos saltimbanquis, sacamuelas, aguadores, cuentistas, escribanos, charlatanes y encantadores de serpientes, entre otros muchos y diversos personajes. Elias Canetti escribió un breve y delicioso libro sobre la ciudad; pone en acción, como si se tratara de una obra de teatro, a un número inacabable de protagonistas y les da voz propia para que se manifiesten como son. Se trata de Las voces de Marrakesh. Al leerlo, te sentirás en la mismísima plaza. Imprescindible.
“Viajando lo toleramos todo, los prejuicios quedan en casa”. |
“Era extraordinario deambular por la plaza casi vacía. No quedaba ningún acróbata, ni bailarín, ni encantador de serpientes, ni tragafuegos”. |
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