Mis amigos siempre dicen que me encanta comer. Cuando salimos por ahí, no veo que nadie se salte una comida o que no la disfruten, pero insisten machaconamente una y otra vez en que yo me deleito como nadie sentado en la mesa. Y tan pesados son que igual tienen razón, ya me fastidia dársela, no creáis. Así que me he decidido a crear este blog sobre el arte de comer, título que no he podido poner porque ya estaba ocupado, qué pena. He optado por este otro, donde se refleja otra pasión muy cercana a la gastronomía: los viajes. Viajar nos permite conocer otras gentes y su cultura.
La cocina es una pieza fundamental para encajar y conocer esos lugares sin quedarnos en la superficie de un paseo absurdo. Y la gastronomía -palabra que no he puesto en el título por ampulosa; no hay que sacralizar, tan solo disfrutar- nos presenta un mundo muy enriquecedor, pues une el arte exquisito con la cultura popular, define al hombre y su medio. Y servirá de excusa para tratar cualquier tema con mis propias fotografías.
La cocina es una pieza fundamental para encajar y conocer esos lugares sin quedarnos en la superficie de un paseo absurdo. Y la gastronomía -palabra que no he puesto en el título por ampulosa; no hay que sacralizar, tan solo disfrutar- nos presenta un mundo muy enriquecedor, pues une el arte exquisito con la cultura popular, define al hombre y su medio. Y servirá de excusa para tratar cualquier tema con mis propias fotografías.
La idea surgió en un restaurante de ese encantador pueblo llanisco y lo acompañé del lugar más opuesto que conozco: la metrópoli por excelencia. Porrúa y Manhattan. Sencillo frente a sofisticado. Como los estilos de la cocina; podemos elaborar un plato sin apenas modificarlo o transformarlo hasta no poder reconocerlo. Tradicional, elaborada, fusión, de autor, dietética, mediterránea, vegetariana, oriental o macrobiótica. Para mí, aviso, solo hay dos tipos: la buena y la mala.
El blog zarpa con rumbo desconocido.
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